Rápido y solitario

El cartero de mi pueblo era un hombre muy ágil y afable. Con el tiempo llegó a ser muy eficiente. Cada día más. Tanto que se olvidó de tomarse el café de media mañana, de las charlas con los vecinos e incluso de dar los buenos días. Dejó de saludar para disminuir el tiempo en cada parada. Era tan rápido que nadie le veía pasar. Entregaba la correspondencia como una brisa que trae una bolsa de plástico consigo. Un día el cartero falleció, pero nadie lloró su pérdida. Ni tan siquiera sabían que era él porque se olvidaron de su rostro. Todos pensaron que era un forastero.

 
Inflexiones